31 ene 2010

Crisis, cuarto acto

Javier Remírez Apesteguía *

Repasando los comentaristas dominicales de hoy, encontramos varias razones y argumentos a la sopresiva (y necesario) debate intruducido por el Presdiente del Gobierno en relación al areformas del sistemas de prestaciones sociales, cuya medida mas visual es la posibilidad d extender la edad de jubilación.

Las razones de éste aparente "golpe de timón", sin embargo, es coherente con el guión adoptado por el gobierno central con medidas, en muchos casos compartidas por las principales potencias económicas y otras más específicas de España: Primero había que salvar el sistema financiero, que, aunque causante de la crisis, tenía que mantenerse en pie por razones obvias. Más tarde, era preciso amortiguar el golpe mediante soluciones keynesianas, inversiones públicas y estímulos fiscales que frenaran el descenso. A continuación, se imponía plantear las reformas estructurales que, mediante el incremento de la productividad, permitan orientar el cambio del patrón de crecimiento, es decir, la sustitución de una parte relevante de la actividad realizada por el sector de la construcción, que nunca volverá a ser lo que era tras el estallido de la burbuja, por otras actividades de mayor valor añadido: es la proyectada ley de economía sostenible. Finalmente, cuando la economía global ha comenzado su despegue –no así la española todavía porque hemos de resolver, además, nuestra singular crisis inmobiliaria–, no tenemos más remedio que afrontar el ajuste. Las políticas expansivas, que han frenado la caída, y el gasto social, que ha reducido el sacrificio de los menos favorecidos, han desequilibrado gravemente las cuentas públicas, por lo que se impone regresar a la estabilidad.

Éste último aspecto ha sido exlícitamente señalado por la opinión pública internacional y algunos de los más destacados economistas en los últimos días: el hecho de que España sea el principal pais de la Eurozona en no vaya a experimentar, según las previsiones, un crecimiento negativo en 2010 ha generado inquietudes y, en algunos casos, algunas alarmas que consideran que la situación de Grecia podría tener un efecto dominó en los paises del sur de Europa (los denominados de manera peyorativa "PIGS" en los ámbitos económicos anglosajones).

Se imponen medidas destinadas a la austeridad y recorte de la deuda pública: el Gobierno ha citado la apuesta por recortar 50.000 millones de euros en las cuentas públicas de todo el Esyado. Y cuando se dice todo el Estado, no se refiere exclusivamente a la administración central sino a la administración autonómica y local, en donde ha de impoerar la cantidad del ajuste en a proporción necesario a su peso específico en el gasto.

Mención aparte merece, y lo veremos en los próximos días en coherencia con lo anterior, afrontar otra serie de reformas estruturales que faciliten y consoliden el crecmiento y un nuevo modelo económico como es la reforma laboral, pero que merece otra reflexión a parte. De todos modos, coinciden varios analistas combinando o no reproches al Gobierno por los tiempos, que las medidas expresadas se muestran necesarias e imprescinibles y que éstas, opinión no compartida solo por la ensibilidad más socialdemócrata de los analistas (entre los que me incluyo), nos exigirá un sacrificio muy oneroso porque, aunque no afecte ni al gasto social ni a la educación ni al I+D+i (pilares de las reformas estructurales), el recorte del gasto público obligará a renuncias muy significativas del ritmo de desarrollo y a mermas del bienestar general.

Y todo ello, con la exigencia del mayor de los consensos y altura de miras, por pate de todos los gentes políticos, sociales y económicos, en el que en éste país nos sacudamos de una vez por todas el cortoplacismo y apostemos por un sólido consenso al modelo de muchos paises europeos que ejemplifique nuestra apuesta por un futuro prometedor.

* Director de Recursos Humanos

5 ene 2010

Pertinaz sequía reformista

Luis Albentosa * (publicado en El País, 05/01/2010)

Dos debates económicos han saltado a la opinión pública: el primero discute cómo salir de la actual crisis económica; el segundo sobre la necesidad de una nueva estructura, patrón o modelo productivo. En ambos debates aparecen las reformas denominadas estructurales.

El primer debate gira en torno a cómo conseguir el fin de esta crisis, que ya ha destruido casi millón y medio de puestos de trabajo. Una posición afirma que el crecimiento volverá cuando se recuperen los países de nuestro entorno y que las reformas, de ser necesarias, deben aplazarse hasta que vuelva la bonanza. La segunda postura mantiene que los impulsos externos traerán crecimiento muy raquítico y tardío; para que el alto crecimiento vuelva, hay que acometer reformas muy serias.

Cambiar la estructura productiva significa modificar la composición sectorial de lo que producimos (PIB) y que el contenido tecnológico y la productividad de todos los sectores crezca. En las últimas décadas, España ha modificado varias veces su estructura productiva. A mediados del siglo pasado, dejamos de ser un país eminentemente agrícola para dar paso, con 200 años de retraso, a un proceso industrializador que no soportó la primera crisis energética. En los años ochenta, la reconversión industrial y un notable desarrollo del sector servicios facilitaron nuestra incorporación a la Europa comunitaria. En la expansión 1994-2007 nos especializamos en sectores con bajos requerimientos de capital humano, aunque crearon el 20% de los ocho millones de nuevos puestos de trabajo.
Los españoles percibiremos elevados ingresos cuando ocupemos puestos de trabajo altamente productivos, es decir, si incorporamos provechosamente las nuevas tecnologías. Transformar nuestro aparato productivo, para volver a crecer y crear empleo, exige profundos cambios que faciliten al trabajo y a los recursos financieros su desplazamiento desde unas empresas a otras. Sin estos cambios no se producirá la máxima utilización de los recursos ni crecimientos significativos y duraderos de la productividad. Cuanto más flexibles son las empresas, con más rapidez, con menos costes y más imperceptiblemente se registran los cambios. Si las empresas adolecen de rigideces, la política económica está obligada a acometer los cambios. Las reformas estructurales son estos cambios en las actividades que no se adaptan con rapidez a las nuevas circunstancias económicas.
La economía española es mucho más flexible que hace unas décadas; pero es mucho más rígida que las economías con las que competimos. Las reformas estructurales suponen más competencia y cambios organizativos en algunas instituciones. Lo más característico de las reformas son las resistencias que encuentran. Unas veces, las instituciones defienden intereses inmovilistas: de las empresas, de los sindicatos o de las propias instituciones. Los individuos, incluso en crisis agudas, suelen identificar cada situación como el mejor de los mundos posibles y, para algunos, lo es. Otras veces, las resistencias se producen porque la realidad económica se interpreta en términos muy ideologizados.
La economía española necesita cambios estructurales en la práctica totalidad del aparato productivo. En algunos sectores, el supuesto grado de madurez de la sociedad debería hacer innecesaria la intervención de las autoridades. Debido al papel de la regulación y de las Administraciones son necesarias reformas en la distribución comercial, en cada modalidad de transporte, en telecomunicaciones y en sectores energéticos, actividades que inciden en la eficiencia general de nuestra economía.
Las reformas estructurales más urgentes son la del mercado de trabajo, la de las cajas de ahorro, la del sistema educativo y la de muchas administraciones, como los ayuntamientos. La actual legislación laboral puede ser idónea para una estructura productiva utilizadora de mano de obra poco cualificada, pero debe modificarse porque obstaculiza la reorientación sectorial de nuestra economía. Una mayor eficiencia de las cajas exige reducir el número de entidades y de oficinas y modificar aspectos muy importantes de su ley reguladora.
Es inaplazable reformar nuestro sistema educativo e investigador, pues su insuficiente calidad explica la baja productividad de nuestra economía. Numerosos indicadores reflejan una educación muy defectuosa, otros desvelan que nuestra investigación debe mejorar aún mucho más: aumentan los científicos que publican, pero dos tercios de ellos sólo lo hacen una vez en su vida, siendo ínfima la proporción de artículos que son leídos. Una mayor especialización de los centros universitarios exige elaborar información sobre su labor investigadora y sobre la productividad docente y científica, y difundirla amplia y simultáneamente. Es posible que el estatuto del profesorado universitario tenga algo que ver con la existente escasez de profesores extranjeros o de no académicos de prestigio, fenómeno que no se da en las escuelas de negocio. Mientras éstas son las mejores del mundo, entre las 150 primeras universidades no hay ninguna española.
Otra reforma necesaria es la de los ayuntamientos. Países más poblados que España tienen entre 3.000 y 4.000 municipios menos y más profesionalizados. Los funcionarios locales negocian sus retribuciones con los ayuntamientos a los que asesoran y controlan, una posición poco idónea para soportar presiones: estaría bien desvincular laboralmente a los funcionarios de sus ayuntamientos. Aunque pareciera que algunas políticas son más eficientes acercándolas al ciudadano, lo cierto es que así se favorecen el clientelismo y la corrupción. Resolviendo la financiación de los ayuntamientos, no hay razones para que tengan competencias exclusivas en el uso funcional del suelo y en materia urbanística.
Por último, la economía española padece una excesiva regulación y un no menor descrédito institucional. Éstas son las deficiencias más difíciles de erradicar.
Nuestro ordenamiento jurídico es inmanejable; no hay aliento físico para seguir la inabarcable producción normativa. Se promulgan normas fácilmente, pero es extremadamente difícil modificarlas. La insatisfactoria transposición de la directiva de servicios manifiesta esta asimetría. Las malas regulaciones y las estructuras poco competitivas que generan tienen responsables: reguladores y autoridades exclusivamente. Regular es difícil: para obtener comportamientos competitivos hay que identificar los objetivos de las empresas -aquello que maximizan o minimizan- y las restricciones a las que están sujetas; demonizar a las empresas y llenar páginas del BOE es más fácil. Incorporando a nuestra regulación lo mejor de lo público y de lo privado que tenga éxito en experiencias foráneas encontraríamos un amplio campo para innovar.
Las instituciones públicas, que huyen de lo impopular sin actuar según lo que se espera de ellas, padecen un gran descrédito. Algunas instituciones privadas (patronales, sindicatos, asociaciones de consumidores) presentan las mismas deficiencias, aunque, no se sabe por qué, nadie se atreve a cuestionar sus comportamientos. El crecimiento económico descansa sobre muchos factores; algunos son fáciles de incorporar, otros (una buena regulación e instituciones económicas con credibilidad) son de difícil adquisición, se pierden fácilmente y su recuperación es aún más difícil.
En un periodo muy corto, España, de ser un país atrasado, se ha convertido en una potencia económica. El impresionante aumento del PIB per cápita, las modernas infraestructuras, el cambio de nuestras ciudades, la incorporación de la mujer a la vida social y nuestras empresas multinacionales reflejan estos cambios. Éstos y otros logros se han conseguido porque no hay nada que no haya sido cuestionado primero y transformado después. Pero desde 2000 no hay reformas, se retrasan las ya emprendidas y diariamente se registran contrarreformas. Los españoles padecemos desde hace casi una década una pertinaz sequía reformista. Nos hemos quedado sin reformas, referencia que ha orientado nuestra reciente vida económica. Hay que acabar con esta sequía. Las reformas son como el primer árbol que Kennedy mandó plantar en el jardín de la Casa Blanca: tardan en surtir efecto (crecer). No siempre es así, pero el propio presidente dio la respuesta a su jardinero: entonces no espere a mañana; plántelo esta tarde. Las reformas estructurales son urgentes porque estamos abocados a muchos años de estancamiento. El inmovilismo se paga.
*Economista del Estado y consejero de la Comisión Nacional de Energía.